Posible foto de Gabor Janosch |
A las orillas del mar, en el puerto de Veracruz, Gabor Janosh tocaba melodías que me dislocaban del tiempo. “Con el boshbaro (violín) cuentas historias atemporales” me decía durante mis primeras lecciones. Nunca me enseñó técnica. Gabor tocaba poseído por el demonio, por el alcohol o por las mujeres. Sudaba. Sudaba muchísimo y nos contaba la vurma de su pueblo y a veces nos mataba con nostalgia, otras nos embriagaba alegremente. Fue mi primer maestro y con el aprendí todos los vicios posibles en la forma de tocar. A pesar de esto, nunca he escuchado a alguien interpretar un djili tan hermosamente dislocado.
El presente “Tratado de música díscola” debe su nombre a mi errático paso por el Conservatorio Nacional de Música. Por eso está dedicado a mi maestro de violín, que tanto me odió por “destrozar” a Mozart y a todos los clásicos, por “ensuciar” las sonatas de Beethoven, por ser tan díscolo en el aprendizaje.
La primer parte del tratado incluye la transcripción de algunos intervalos que se utilizan comúnmente en el Djili gitano. La segunda parte son las instrucciones para construir instrumentos con basura. La tercera parte de este “tratado” la titulé “Colección de ostinatis para ser usados en fiestas de tres días”. La siguiente parte se basa en un serie de transcripciones de sonidos de la naturaleza o de la ciudad que se pueden imitar con diversos instrumentos. Al final de esta parte incluí dos piezas cortas para un ensamble diverso. La primera se llama “Tarde de lluvia ligera en la Alameda” y la segunda “El tren detenido en medio del desierto, hace calor y nos acechan las visiones”. En la parte final retomo el “Tratado de disonancía” de Vincenzo Galilei para la búsqueda de una nueva creación de sonidos, similar a la que él realizó con el laud y sus experimentos con pesas. Cabe mencionar que mi tratado no tiene nada científico (para eso está mi maestro Julián Carrillo) pero es interesante releer el conocimiento dado de las escuelas y más que todo hacer lo que dijo Vincenzo Viviani: “abandonarme a la contemplación del movimiento del sonido”.
II.
Como la belleza tiene que ser transparente o no ser, la música tiene que ser una mujer que desnuda su cuerpo para luego desnudar tu alma. Tiene que ser un remolino, tiene que ser un mar, tiene que abofetearte fuertemente y luego besarte con un beso largo que termina en una mordida.
* Incluido en el número 12 de Heterofonía, año 1990. El manuscrito fue prestado por Artemio Cienfuentes.